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jueves, 23 de diciembre de 2010

Guango camina con miedo



No es que esté enfermo, ni lesionado. Mi perro, está un poco viejo… sí, pero se conserva muy jovial, con la vida de burgués que se da, desde que cayó en blandito conmigo. Es de esos seres a los que todo les cae del cielo, no sufre incomodidades, ni ha tenido que pelear por nada más allá que su mal carácter, cuando tiene que despertar antes de las 11 de la mañana, su hora habitual.

Cuando algo extraordinario sucede, fuera de su horario laboral, yo debo hacer el rondín… así lo pactamos y, si no le comento, o le pido ayuda, él ni una oreja levanta. Tiene bastante claro el papel de cada uno en casa. Guango lleva la vida que yo no podría darme nunca, tan solidaria siempre con otros. Me dijo un día, que yo soy más perro que él. Lo estoy considerando.

Últimamente, le ha dado por comer nopalitos, o cualquier cosa con ajo o cominos. No le gustan, pero sabe que son buenos para disminuir el colesterol, purificar la sangre y activar el metabolismo.

Me inquieta mucho, que ya no quiere salir a pasear, no obstante es su pasión. Cuando sabe que lo haremos, se entusiasma igual que siempre, casi me arrebata el collar para ponérselo él solo.

Salimos y va a la delantera, muy decidido, reconociendo cada lugar, él dirige la caminata a su antojo, habrá quienes nos miren y piensen que el perro saca a la señora a pasear. Y aciertan, porque me lleva brincando cercas, rodeando postes, afrontando rottweilers cuando nos sorprenden y librando matorrales. Nos detenemos a que imprima sus grafittis líquidos en cada árbol, camino al parque. Me encarga que le indique si le ha faltado alguno.

De repente, aunque vayamos a buen paso, se detiene, hace alto total, se le erizan los pelos del lomo y con mucha discreción voltea la cabeza, hacia la acera de enfrente, sin decidirse tampoco a cruzar. Trato de continuar, lo animo, el sigue aparentando indiferencia, pero hasta lloriquea. Casi lo arrastro. En ciertas calles definitivamente no da ni un paso, se sienta, se yergue, muestra colmillos, en actitud de ataque, pero todo tembloroso.

Con tanto miedo que me lo contagia. Es muy pequeño. Pero nunca lo ha sabido, como  todos lo de su raza chihuahueña, siempre tan valiente y bueno para echar pleito con cualquiera y por lo que sea. Mordió tres veces al despachador de gasolina que tres veces le dijo: ¿Serías capaz de morderme? Hasta que aprendió el señor a no hacer preguntas tontas.

Al hijo de Erika, lo ahuyenta antes de que se acerque, no soporta que se burle de su nombre, que en su lenguaje, Guango es mejor que Boby. Se jacta de que el mundo está lleno de Bobys y un solo Guango. No sé, nunca he ido por el mundo preguntando: Oiga señor, señora, ¿conoce algún perro que se llame Guango? El hijo de Erika, odia que Guango esté más mimado que él. No solo él, tiene una larga fila de detractores, por pura  envidia.

Aprecia mucho al voceador, lo espera desde que viene muy lejos, hasta es capaz de despertar temprano por recibirlo, cuando el señor sabe que ciertas noticias no pueden esperar a las 11, en que Guango ya esté de buenas.

Le ladra muy emocionado, pero cuando llega, no le da mucha entrada, porque también lo bromea mucho y no le gusta que nadie se divierta a costa suya. Sin embargo, nada le quita su percepción de que el voceador es un gran tipo. Le valora que ya nos trae las notas bien resumidas, para irnos al grano en cuanto recibimos el ejemplar.

Por un tocino o por una perrita de pelo ensortijado, sería capaz de cualquier cosa, pero ya probé, sin resultados. Con todo y lo caro que está el tocino, me dispuse a yo comer cualquier cosa, para comprárselo y hacer la prueba, pero ni así puedo lograr que camine por donde ha habido matazones. Y la semana pasada mejor fingió no ver a una coquetísima y perfumada yorkshire terrier, que seguirla por un callejón, que era el sitio predilecto para sus devaneos, por la privacidad. No es de esos perros que anden publicando sus conquistas por todas partes. O, ¿Será bueno darle aparte del tocino, jalea real?

Así que ahora salimos a pasear, mitad de camino lo llevo a pata y el resto en los brazos, con cara de “así me gusta pasear a mí”, pero jadeante, con taquicardia y los pelos del lomo erizados. Él me va indicando, donde pisa el suelo y donde no. Por si acaso, yo también simulo aplomo y miro hacia el mismo lado que Guango, cuando dice que hay que hacerlo. Así los dos, muy interesados en cualquier insignificancia, menos en lo que aterroriza… a Guango.

No sé si sea cierto que los perros vean a seres de otros niveles, no se si eso exista, porque ya no sé si lo que veo sea real, pero Guango dice que si, que huele a muerte, que los ve. Que lo lleve a pasear y que lo proteja donde sienta miedo y que de regreso, le dé aunque sea un trocito de tocino, porque le alivia bastante el susto y luego nopalitos con ajo y cominos, para no engordar. Que es buen remedio de perros.

Lo complazco, deseando que me esté tomando el pelo, o que esté bien informado, hasta entendería su rara amistad con el voceador, porque no quiero que si se trate de miedo a las ánimas descuartizadas y en pena deambulando Chihuahua, como se dice que pasa a quienes mueren violentamente. No quiero agregarme terror a lo sobrenatural, al que ya siento naturalito por tantos vivos que deambulan en este Estado de impunidad y cinismo.

2 comentarios:

  1. ¿Es posible que hasta los perros lo perciban?
    O, como dices, ¿será que tú eres más perro que él?

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  2. Yo creo que sí. Son más evolucionados que nosotros para percibir todo.
    Un abrazo.

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